¿Por qué nos afecta tanto el conflicto entre Rusia y Ucrania?
Hace poco más de un mes desembocó la invasión rusa en Ucrania, aunque la confrontación se ha desarrollado desde 2014 y ha pasado por distintas etapas. En las últimas semanas, varias personas en consulta me comentaron que esta guerra les estaba generando malestar, y es normal, somos humanos, es válido estremecerse ante el sufrimiento ajeno.
Algunos me comentan que sienten impotencia, miedo al futuro, ansiedad ante la incertidumbre de los acontecimientos. Otros hablan de culpa o incluso hipocresía, ya que existen y han existido otras guerras que no les han perturbado tanto o se han visto más alejados emocionalmente. A continuación, explicaremos algunos de los motivos por los que esto ocurre.

Causas de las afecciones emocionales por el conflicto
La carga del estrés psicológico
Principalmente, tenemos ya una alta carga de estrés psicológico; estamos cansados. Desde 2020, no hemos parado de vivir cambios sociales, políticos y económicos, en gran medida desencadenados por la pandemia de Covid-19.
Hemos estado sobre-estimulados de malas noticias y cada vez que asomaba un ápice de esperanza, ha sido aplastada por otro acontecimiento desafortunado, como por ejemplo: una nueva variante que trae consigo una nueva oleada de contagios, cuarentena, restricciones, crisis económica o la inflación de precios… Parecía que “levantábamos cabeza” o teníamos esa falsa sensación de control, el virus que cambió a la humanidad se había “normalizado”, y justo en ese momento, se desata la guerra.
El estrés es una reacción adaptativa, y a veces puede ser incluso positivo porque nos mueve al cambio, pero prolongado en el tiempo, y tomando conciencia de que las demandas superan nuestros recursos, resulta dañino, nuestra “batería se agota», y nuestra estabilidad mental se ve deteriorada.
La cercanía geográfica
Existe cierta cercanía geográfica. Muchos recordaréis cuando el virus de la pandemia se originó en Wuhan y lo veíamos tan lejano que pensábamos que no llegaría a las puertas de nuestras casas. La cosa cambió cuando apareció en nuestros vecinos italianos, empezamos a temer, y finalmente, nuestro país tampoco se libró.
No es el primer conflicto bélico acontecido en los últimos años, pero es probable que nos afecte más por la proximidad y por las repercusiones políticas y económicas que puede acarrear para nosotros, ya que también es un país europeo.

El exceso constante de información
La implicación de los medios, las noticias están en todas partes (televisión, radio, periódicos, redes sociales…). Independientemente de que estés preparado/a para ello, te puedes topar sin querer con alguna imagen explícita de la guerra o un titular desgarrador. Es casi imposible no saber o pensar sobre el tema. Muchos medios lo retransmiten constantemente y puede dar lugar a la expansión del pánico social.
Hay que estar informados, sí, pero sobre todo, hay que estar bien informados y dosificar el contenido. Estar constantemente expuesto a malas noticias supone una sobrecarga emocional, que no siempre es fácil gestionar para todo el mundo.
Las creencias limitantes
Se originan creencias limitantes como que “el mundo se desvanece”, “¿y si hay una tercera guerra mundial?”, “no hay humanidad”, “el mundo es un lugar injusto, inseguro y cruel”.
Son creencias que nos llevan al catastrofismo y a una baja tolerancia a la frustración que pueden aparecer, incluso, ante acontecimientos menos relevantes que una guerra. Serían vistos como “otro problema más”, desencadenando una sensación de “no poder soportarlo” y la llamada “indefensión aprendida”.
Una guerra supone un “trauma colectivo”; un retroceso en la evolución, impredecible, no tenemos por qué saber cómo actuar en cada momento. Ante estas circunstancias, no hay reacciones normales o anormales, tu cerebro está en alerta porque sólo quiere ayudarte a sobrevivir. Cada persona es un mundo y no todos reaccionarán del mismo modo, sino como sepan o puedan dadas sus circunstancias, recursos y limitaciones. Por ello hay quien lo evita y sigue con su vida, hay quien empatiza más o menos, quien lo vive como si fuera en primera persona y quien lo gestiona tan bien como puede.
¿Cómo manejo el impacto de las malas noticias?

- Aceptando que no podemos controlarlo todo: Identifica lo que depende y no depende de ti. Por ejemplo, si lo deseas, busca cómo puedes colaborar, convierte esta preocupación en algo constructivo, en lugar de algo autodestructivo. Centra tu energía en ayudar y aporta tu granito de arena como buenamente puedas.
- Validación y ventilación emocional: No luches contra tus emociones, capta el mensaje que hay detrás y toma decisiones que hacen mejor tu calidad de vida. No catastrofices los síntomas e intenta buscar una explicación racional.
- Cuídate, toma tiempo para ti y para la desconexión: Busca apoyo social, ten un diálogo interno compasivo y, si necesitas ayuda, permítete solicitarla.
- Limita la información y procura que esté contrastada por fuentes fiables. Se ha detectado un oscuro hábito en la población llamado “doomscrolling”, un término de difícil traducción al español que alude a la obsesión por consumir noticias (generalmente malas), arrastrando tras un arroyo de noticias sin pausa sin importar cuán malas sean éstas o cuántos comentarios de trolls haya en el camino.
- Estar al tanto de buenas noticias. Tienen un impacto positivo en nuestra salud mental y contribuyen a nuestra felicidad.

Lorena es psicóloga general sanitaria por la Universidad de Granada y colaboradora de los gabinetes de Psicología PsicoAbreu. Sigue una corriente cognitivo-conductual y terapias contextuales o de tercera generación. Actualmente, se forma como psicoanalista. Trabaja de forma presencial y online con población adulta. Entre sus especialidades se encuentran los trastornos de ansiedad, estado anímico, autoestima, adicciones, dependencia emocional, duelo, insomnio, toc, problemas de pareja, mindfulness, estrés laboral y preparación de oposiciones, entre otras.