Toma de decisiones
Cada acción conlleva numerosas elecciones
¿Me levanto o puedo quedarme en la cama un rato más? ¿Desayuno café solo o con leche? ¿Voy al trabajo en coche o voy andando? Quizás no te hayas dado cuenta pero pasados unos minutos desde que te despiertas, ya has elegido en numerosas ocasiones. Las personas tomamos una media de 35.000 decisiones al día, ya sea en términos de comida, ropa o compras, entre otros muchos ejemplos. De ese número, el 99.74% son tomadas de forma automática por el cerebro, ya que de esa forma ahorra energía y tiempo de forma considerable al ser un proceso tan utilizado. De hecho, el número de decisiones conscientes que tomamos de media diaria se sitúa en torno a 100.
En la sociedad actual, donde hay más opciones al alcance de las personas que en cualquier otro momento de la historia de la humanidad, las personas tienen ante sí un arma de doble filo con respecto a la toma de decisiones: la libertad de elección.
La libertad de elección conlleva en sí misma una paradoja, ya que, por un lado, tener más opciones para elegir nos brinda la oportunidad de seleccionar cualquier resultado que se ajuste en gran medida a lo que buscamos. Por otro, tener que enfrentarnos a una toma de decisiones difícil en la que no tenemos un resultado claro puede provocar inseguridad, frustración, estrés y ansiedad en la persona debidas principalmente a la incertidumbre ante las consecuencias de la elección, además de generar una pérdida de tiempo considerable.
Así lo afirma la Ley de Hick, según la cual el tiempo que tardamos en tomar una decisión aumentará en relación a la cantidad de opciones disponibles y a la complejidad de las mismas. Pueden surgir pensamientos del tipo “¿Será esta la mejor opción?”, “¿Qué pasará si elijo esto en vez de aquello?”, o “¿Debería haber elegido cualquiera de las otras opciones?”, entre otros, los cuales pueden producir consecuencias negativas en la persona.
Parálisis de elección
Todo esto produce un fenómeno que se conoce como la parálisis de elección. Va un paso más allá de ser indeciso, sucede cuando alguien se enfrenta a demasiadas opciones y se obsesiona por averiguar cuál será la mejor (o la menos adversa), dándole tantas vueltas en la cabeza que se ve incapaz de escoger cualquiera de ellas al sentirse desbordado por la cantidad de información disponible.
En este proceso entran en juego varios factores psicológicos así como experiencias previas del sujeto, por lo que conviene no dejarse llevar por las emociones y encarar la toma de decisiones de forma racional. Naturalmente, decir esto es mucho más fácil que hacerlo, por lo que la mejor forma de enfrentar este proceso es mediante técnicas como puede ser la elección por descarte, seleccionando unas cuantas opciones finalistas y desechando a posteriori las que no entren dentro de lo que queremos; o rebajar las expectativas que formamos ante una decisión. En principio, todo el mundo busca la mejor opción, pero hay veces que resulta más productivo elegir una alternativa que, aunque no estemos seguros de que sea la mejor, también satisfaga nuestras expectativas.
¿Destino o libre albedrío?
Si bien esta dicotomía se debate tradicionalmente en el ámbito de la filosofía, es interesante conocer lo que tiene que decir la neurociencia al respecto, no con el objetivo de llegar a una conclusión si no para ofrecer información de lo que ocurre a nivel cerebral.
Para ilustrar esta idea resumiré el trabajo del neurocientífico John-Dylan Haynes, quien realizó un experimento en relación a las señales cerebrales previas a la toma de decisiones. En dicho experimento, los sujetos se sentaban ante una pantalla iluminada con luz verde, y tenían que pisar un acelerador sin que esta cambiara a rojo. El quiz de la cuestión reside en que cuando el cerebro, conectado a una máquina, envía señales inconscientes en preparación para pisar el acelerador, la luz cambia a rojo.
Estos signos cerebrales suceden previamente al movimiento del pie, por lo que los sujetos al principio perdían la gran mayoría de veces. Al cabo del tiempo, sin embargo, lograron “engañar” al cerebro para poder pisar el acelerador en verde. Los resultados permitieron concluir que podemos elegir de forma consciente a pesar de las señales cerebrales previas, siempre y cuando no se supere el “punto de no retorno” (unas dos décimas antes del movimiento), después del cual la respuesta se dará debido a la gran velocidad de la sinapsis neuronal. Otro estudio de Haynes utilizando técnicas de resonancia magnética desvela que el cerebro actúa hasta 7 segundos antes de que se produzca el movimiento.
Todos estos datos, sin embargo, están enfocados hacia acciones que tienen lugar en segundos o fracciones de segundo. No existe una respuesta clara ante decisiones que requieren de un mayor tiempo de razonamiento, las cuales suelen ser mucho más importantes. Es por ello que dejo la opinión final en manos del lector.
Elegir es agotador tomar una decisión para el cerebro
Se ha demostrado mediante diversos estudios que la parte del cerebro más implicada en la toma de decisiones es la corteza prefrontal. En esta área se procesa la información proveniente de estímulos externos e internos y se planea la respuesta posterior. Hay otra estructura cerebral crucial en este proceso: el hipocampo. Dicha zona es la encargada de almacenar la memoria, por lo tanto, ya que a la hora de elegir se hace uso tanto de la memoria a corto plazo (información recientemente adquirida) como de la memoria a largo plazo (experiencias y conocimientos previos en los que nos basamos para elegir), es necesario que transfiera esta información a la corteza prefrontal.
El cerebro utiliza algunas barreras mentales para que la toma de decisiones sea un proceso más eficiente energéticamente hablando. Una de ellas es la capacidad de procesamiento, ya que la cantidad de energía que las personas pueden procesar de forma consciente es limitada. Esto provoca que, a la hora de elegir, estemos ignorando ciertos estímulos que consideremos irrelevantes en ese momento. De otra forma, habría una sobrecarga de información que haría imposible operar.
Por otro lado, dicha información la cual en un momento podemos considerar desechable, puede ser la clave para elegir la decisión que sea más acorde con el objetivo deseado. Es por ello que es fundamental expandir los horizontes del pensamiento para poder ver otras alternativas que, quizás, funcionen mejor que la solución convencional.
Otra barrera podría encontrarse en la temporalidad de la decisión y en sus consecuencias, es decir, a la hora de tomar un camino se puede predecir hasta cierto punto qué ocurrirá después, sin embargo siempre pueden intervenir factores externos que provoquen una desviación de lo que se había planeado anteriormente. Por lo tanto, el ser humano solo tiene el poder de elección en el momento presente, en el cual tomará una decisión, y el resultado derivará en otras opciones las cuales no se podrán predecir completamente y posiblemente estén fuera del alcance de control el cual se tenía cuando se tomó la decisión inicial.
Cómo tomar decisiones de manera lógica
Si bien no hay una forma totalmente segura de elegir la mejor opción posible ya que siempre pueden influir factores ajenos a la persona, asegurar ciertas medidas aumentará considerablemente las posibilidades de éxito. Para ello expondré un resumen del modelo DECIDES de Krumbolt. Dicho autor divide la toma de decisiones en 7 partes, las cuales variarán en función de la situación:
- Definir correctamente la situación problemática: Se deben plasmar los resultados que se desean obtener y el tiempo propuesto para ello. Si bien todas las fases son importantes, esta se debe realizar con especial detenimiento, ya que la definición incorrecta del problema puede dar lugar a confusiones.
- Establecer plan de acción: el plan de acción debe tener en cuenta las acciones necesarias para tomar una decisión, así como fijar los tiempos que se dedicarán a cada fase.
- Clarificar valores: establecer los valores que guiarán la decisión y priorizarlos.
- Identificar alternativas: se deben tener en cuenta todas las opciones posibles sin menospreciar ninguna, analizando tanto ventajas como desventajas de cada una de ellas.
- Descubrir posibles resultados: comparar y analizar lo que podría suceder con cada opción.
- Eliminar alternativas: desechar aquellas opciones que no cumplen con lo que se busca.
- Empezar la acción: pasar del papel a la práctica poniendo en marcha el plan elegido.
Dependiendo de la situación, se pueden añadir más fases (quitarlas sería contraproducente), como una en la que se decidan los criterios a tener en cuenta para la toma de decisiones. También puede variar respecto al tiempo, ya que hay decisiones que requieren una actuación rápida y otras que necesitan una deliberación más extensa.
Naturalmente, es necesario que cada una de las fases se lleve a cabo correctamente. De lo contrario, aunque se crea que se ha escogido la mejor opción, es posible que el camino a seguir no sea el adecuado y que se creen nuevos problemas que no existían antes, aun habiendo conseguido el objetivo principal.
“La mejor decisión que podemos tomar es la correcta, la segunda mejor es la incorrecta, y la peor de todas es ninguna”.
Theodore Roosevelt
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Psicólogo General Sanitario colaborador en PsicoAbreu. Terapeuta EMDR por el instituto español de EMDR nivel 1 y nivel 2 y especializado en terapia de Neurofeedback, Tratamiento neurocomportamental destinado a la adquisición de autocontrol sobre determinados patrones de actividad cerebral.